miércoles, 2 de diciembre de 2015

El Cabaret aterriza en el broadway español

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Ambientada en el Berlín de los años 30, aquellos que se correspondían con el auge del Nazismo, el Cabaret narra la vida de unos personajes que niegan conscientemente la negra realidad que les rodea, para finalmente verse devorados por los acontecimientos históricos y personales que les ha tocado vivir, en tan crítico momento, desde una visión cínica y descarnada de la realidad, y con una conseguidísima partitura que plasma a la perfección la época en la que se desarrolla la acción estilizando la canción berlinesa de entreguerras.



Sábado, 21:30, en las proximidades del Teatro Rialto se concentra una variopinta multitud dispuesta a ``encenderse´´ esta fría noche de noviembre a manos de Edu Soto, Cristina Castaño y Daniel Muriel. Poco a poco, el gentío presenta sus tickets en la puerta y accede a la platea. Con el patio de butacas atestado y el reflejo de las lujosas luces del Cabaret, se hace el silencio y aparece el sublime Maestro de Ceremonias (Edu Soto) en el centro de, lo que simula ser, el obturador de una vieja cámara fotográfica; la cual tiene el fin de homenajear al escritor Cristopher Isherwood: “Soy una cámara con el obturador abierto; completamente pasivo, no pienso: registro”.

El Berlín de 1931 al que llega Cliff Bradshaw, el novelista estadounidense, es el escenario donde se está acabando el mundo. La Gran Depresión ya había zanjado repentinamente el frenesí de los locos años veinte; y el nazismo se expandía con gran iniquidad en el territorio alemán exterminando el ímpetu humano por vivir. Por ello hay tanto de reducto en el cabaret donde tiene lugar el amor de Bradshaw y Sally Bowles: “la transgresión, la libertad y los muslos, el escondite para quienes vieron venir la marea parda, para los que no la vieron hasta que ya era demasiado tarde e incluso para los que la trajeron, brazo en alto, la violencia a punto”.

La manera en la que Jaime Azpilicueta ha jugado con diversos contrastes extremos en diversas escenas absolutamente redondas, mantiene al público divertido y expectante, anhelante de más originalidad, lujo y valentía. Asimismo, la interpretación de célebres canciones tales como: “Willkommen”, “Cabaret”, “Money, money”... provocaron el entusiasmo y vibración del público.

A medida que avanza la obra, los espectadores forman, cada vez más, parte del Kit Kat Klub de la mano del Emcee, que les hace partícipes en todo momento de lo que ocurre. Según el trascurrir de los hechos, el público es consciente de que se trata de un conjunto acertadísimo y muy completo, con integrantes que se desenvuelven perfectamente en todas las disciplinas de forma más que solvente, que en algunos momentos apabulla y embelesa ante la calidad que ofrece.




Tras los vellos de punta y los reiterados aplausos y aclamos al Maestro de Ceremonias durante y al finalizar la actuación, hay párrafo aparte para destacar que estaba magnífico en un código bufón muy acertado. Soto lleva a su Emcee, al descaro más puro y duro, a la ligereza bien entendida, y a la ácida comicidad que el personaje destila. Su evolución es interesantísima, llegando a resultar ciertamente inquietante según se le va borrando el maquillaje, y su cara se va acercando cada vez más a una grotesca máscara. Además, señalar la versatilidad de la que goza. Absolutamente superlativo.

Sobre el cierre de la obra, insistir en la valentía de Azpilicueta al apostar por una dramática y efectista, aunque también arriesgada, escena final. No obstante, y tratándose de un musical, habrá quien eche en falta un último número con el que salir del teatro con la explosión de la música, el baile y cierta alegría, si cabe, en el cuerpo. Para despedirse del cabaret con la sensación de que, como se prometió al principio: “aquí las chicas son divinas, la orquesta es divina y, en definitiva, la vida sigue siendo divina”.

Fin de la obra. Sentimiento indescriptible. Público en pie totalmente entregado. Gracias Cabaret, sois “divinos”.


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