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Ambientada en el Berlín
de los años 30, aquellos que se correspondían con el auge del Nazismo, el Cabaret
narra la vida de unos personajes que niegan conscientemente la negra realidad
que les rodea, para finalmente verse devorados por los acontecimientos
históricos y personales que les ha tocado vivir, en tan crítico momento, desde
una visión cínica y descarnada de la realidad, y con una conseguidísima partitura
que plasma a la perfección la época en la que se desarrolla la acción
estilizando la canción berlinesa de entreguerras.
Sábado,
21:30, en las proximidades del Teatro Rialto se concentra una variopinta
multitud dispuesta a ``encenderse´´ esta fría noche de noviembre a manos de Edu
Soto, Cristina Castaño y Daniel Muriel. Poco a poco, el gentío presenta sus tickets
en la puerta y accede a la platea. Con el patio de butacas atestado y el
reflejo de las lujosas luces del Cabaret, se hace el silencio y aparece el
sublime Maestro de Ceremonias (Edu Soto) en el centro de, lo que simula ser, el
obturador de una vieja cámara fotográfica; la cual tiene el fin de homenajear
al escritor Cristopher Isherwood: “Soy una cámara con el obturador abierto;
completamente pasivo, no pienso: registro”.
El
Berlín de 1931 al que llega Cliff Bradshaw, el novelista estadounidense, es el
escenario donde se está acabando el mundo. La Gran Depresión ya había zanjado
repentinamente el frenesí de los locos años veinte; y el nazismo se expandía
con gran iniquidad en el territorio alemán exterminando el ímpetu humano por
vivir. Por ello hay tanto de reducto en el cabaret donde tiene lugar el amor de
Bradshaw y Sally Bowles: “la transgresión, la libertad y los muslos, el
escondite para quienes vieron venir la marea parda, para los que no la vieron
hasta que ya era demasiado tarde e incluso para los que la trajeron, brazo en
alto, la violencia a punto”.
La
manera en la que Jaime Azpilicueta ha jugado con diversos contrastes extremos
en diversas escenas absolutamente redondas, mantiene al público divertido y
expectante, anhelante de más originalidad, lujo y valentía. Asimismo, la
interpretación de célebres canciones tales como: “Willkommen”, “Cabaret”,
“Money, money”... provocaron el entusiasmo y vibración del público.
A
medida que avanza la obra, los espectadores forman, cada vez más, parte del Kit
Kat Klub de la mano del Emcee, que
les hace partícipes en todo momento de lo que ocurre. Según el trascurrir de
los hechos, el público es consciente de que se trata de un conjunto
acertadísimo y muy completo, con integrantes que se desenvuelven perfectamente
en todas las disciplinas de forma más que solvente, que en algunos momentos
apabulla y embelesa ante la calidad que ofrece.
Tras
los vellos de punta y los reiterados aplausos y aclamos al Maestro de
Ceremonias durante y al finalizar la actuación, hay párrafo aparte para destacar
que estaba magnífico en un código bufón muy acertado. Soto lleva a su Emcee, al
descaro más puro y duro, a la ligereza bien entendida, y a la ácida comicidad
que el personaje destila. Su evolución es interesantísima, llegando a resultar
ciertamente inquietante según se le va borrando el maquillaje, y su cara se va
acercando cada vez más a una grotesca máscara. Además, señalar la versatilidad
de la que goza. Absolutamente superlativo.
Sobre
el cierre de la obra, insistir en la valentía de Azpilicueta al apostar por una
dramática y efectista, aunque también arriesgada, escena final. No obstante, y
tratándose de un musical, habrá quien eche en falta un último número con el que
salir del teatro con la explosión de la música, el baile y cierta alegría, si
cabe, en el cuerpo. Para despedirse del cabaret con la sensación de que, como
se prometió al principio: “aquí las chicas son divinas, la orquesta es divina
y, en definitiva, la vida sigue siendo divina”.
Fin
de la obra. Sentimiento indescriptible. Público en pie totalmente entregado.
Gracias Cabaret, sois “divinos”.
Muy buen reportaje sobre el musical Cabaret
ResponderEliminarMuchas gracias Benito, ya sabes, anímate 😚😚
EliminarUna buena crónica y con mucho estilo
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